La gripe y la alarma social

Señor director,

Permítame expresarle la inquietud que como profesional de la salud pública me produce el modo en que los medios de comunicación de masas se hacen eco de las defunciones causadas por la nueva variante del virus de la gripe A, una a una, proporcionando detalles singulares de cada caso que poco aportan a la comprensión del proceso, pero que amplifican el impacto real de la enfermedad, con el riesgo de fomentar una alarma social que por si misma podría comportar más perjuicios que la propia pandemia gripal.

No me considero competente para valorar el interés informativo de tales acontecimientos, pero me cuesta imaginar igual tratamiento periodístico en el caso de los miles de defunciones que provoca la gripe estacional. Se me ocurre, como explicación de este trato informativo desigual, que esta gripe es distinta de la habitual, aunque no sepamos muy bien cuan diferente lo es.

Hasta ahora, lo más notorio es que la capacidad de difusión del virus actual es, por lo menos en verano, más elevada que la de los virus gripales circulantes durante los últimos años, lo que se debe, sin duda, a la susceptibilidad a la infección de las personas más jóvenes, las cuales además han jugado un papel decisivo en la propagación inicial del virus.

Esta es la diferencia más relevante hasta ahora entre la gripe de la pandemia y la estacional. La afectación de personas sanas también se produce en las epidemias habituales y no es excepcional que una gripe común cause complicaciones a las embarazadas. La naturaleza de las asociaciones que aparentemente se dan entre algunas características personales, el riesgo de infección y el de presentar complicaciones, está todavía por determinar del todo.

Afortunadamente, la virulencia de la nueva gripe es limitada y, aunque nadie pueda garantizar tal benignidad en el futuro, tampoco nadie puede asegurar lo contrario. La información disponible de los países que están acabando de pasar el invierno más bien sugiere esperar que la proporción de casos graves y letales no superará la de la gripe estacional. Tampoco se han observado cambios relevantes en la naturaleza del virus. La experiencia de los países del hemisferio austral nos ilustra también sobre los distintos modos y maneras de afrontar esta situación, bien sumidos en un convulso caos o conservando la serenidad.

La mayoría de las afecciones gripales que se producirán en los próximos meses serán pues leves y moderadas y se recuperaran espontáneamente. Bastantes, incluso, serán infecciones asintomáticas que pasaran desapercibidas. Algunas, sin embargo, serán más graves y, por desgracia, como ocurre cada año, tendremos que lamentar defunciones causadas o desencadenadas por la infección.

Si el número de contagiados es elevado, aunque la proporción de casos graves sea pequeña, en términos absolutos podría alcanzar una cifra notable, lo que exigirá mayor capacidad de respuesta de los profesionales del sistema sanitario, que seria irresponsable colapsar con demandas poco adecuadas.

Unas demandas que se incrementan fácilmente en situaciones de pánico y que pueden dirigirse a eventuales soluciones que no han demostrado todavía su eficacia en la práctica. Poder hacer algo siempre tranquiliza aunque no es garantía de que nos beneficie. Incluso nos puede perjudicar. Es lógico echar mano de los medicamentos antivirales, pero no indiscriminadamente, porque su capacidad terapéutica es limitada, no están exentos de provocar efectos adversos y se pueden generar resistencias. La expectativa de la vacuna es razonable, aunque no lo sea confiar ciegamente en su protección, de forma precipitada, antes de disponer de las mínimas comprobaciones de eficacia y seguridad en curso. Sobre todo cuando muchos países del sur han afrontado la primera ola de la pandemia sin vacuna.

Una parte considerable de la población ha pasado más de una pandemia gripal y muchas epidemias estacionales sin el recurso a medicamentos específicos. No se trata pues, de obsesionarse, lo que no quiere decir resignarse. Conviene establecer las medidas protectoras más proporcionadas y razonables y sospesar con sensatez los riesgos y beneficios de cada actitud.

Volviendo al principio, el tratamiento informativo de la evolución de la pandemia va a influir decisivamente en la calidad de la respuesta sanitaria y ciudadana a este problema de salud. Y, si no somos cuidadosos –lo que no significa opacos ni paternalistas– contribuirá a fomentar una alarma cuyas consecuencias pueden ser peores que las de la propia gripe. La necesaria transparencia no está reñida con la responsabilidad.

Andreu Segura
Presidente de la Sociedad Española de Salud Pública y Administración Sanitaria (SESPAS)

Barcelona, 1 de septiembre de 2009

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