«Darnos un empujón hacia el mejor futuro posible, que no necesariamente será el futuro más probable. El más probable tendrá agujeros en la capa de ozono, más contaminación y más población. Tenemos que aspirar al mejor futuro posible, no al más probable, por muy improbable que parezca. El mejor futuro posible para nuestros hijos, no un mundo probable, sino posible«.
Alberto Villoldo.
Ante las perspectivas ambientales que tenemos en estos momentos, suelen producirse reacciones apasionadas en nosotros. Se puede observar hasta que punto, temas como el cambio climático, tiene unas implicaciones ideológicas que rompen la supuesta «objetividad», incluso de los profesionales.
Esto pone en cuestión la “sacralizada” objetividad de la ciencia. La física cuántica nos ha enseñado algo sobre ello, apuntando que el observador está implicado en la experiencia, e interviene decisivamente en los resultados de la investigación. Pero también nos dice que todo es posible, que todo existe en potencia, que depende de nosotros, de donde nos posicionemos, de cual sea nuestra intención para determinar que realidad se despliega ante nosotros.
Y ante los resultados de Copenhague y otros encuentros globales como este, nos polarizamos y nos sentimos impotentes, hastiados, indignados… Cada uno se colocará en la orilla que le corresponda, a la que le lleven sus creencias. Se ponen en marcha nuestros patrones de pensamiento, esos patrones que nos dividen y enfrentan siempre. Unos insistirán en negar el cambio, otros en denunciar la inacción, otros en defender sus intereses, su status de poder, y otros serán simplemente víctimas pasivas e inocentes de todo ello, pero cada uno estará en su territorio, dentro de su armadura y por tanto, lejos de la exploración de nuevas posibilidades.
Lo que llamamos cambio climático, no es algo aislado, no es algo que suceda solo fuera de nosotros y que podamos describir con parámetros físicos, sino que forma parte de un cambio mayor, una crisis más amplia que nos atañe a todos.
Es nuestro modo de vida, nuestro sistema en desequilibrio, lo que está en crisis, no el planeta. Tenemos que dejar de ver esta crisis ambiental como algo que sucede en la Tierra o a la Tierra, para aceptar que somos nosotros los que estamos en crisis, una crisis del desequilibrio, causado por la pobreza, el egoísmo y la ambición.
Ahora hablamos de ahorro energético, políticas sostenibles, etc, pero hay algo que no es sostenible, y es la manera en que vivimos actualmente. Esto es lo que va a cambiar, y a ese cambio nos resistimos. Y mientras más resistencia pongamos, más dura será la transición.
Si aplicáramos la definición de especie protegida, por extinción de su hábitat, a la especie humana, ya podríamos clasificarnos en esa categoría o estamos muy cerca de ello. Pero, ¿qué significa proteger al hombre? Es evidentemente urgente aplicar todas las políticas, recomendadas por técnicos y científicos, de ahorro energético, sostenibilidad, mitigación y adaptación, pero más urgente aún, es una vuelta sobre nuestros pasos, para rectificar e iniciar una vuelta a casa, una vuelta al hogar que hemos recibido, el planeta Tierra, lleno de vida y belleza, en el que nacimos como especie y que deberíamos entregar a nuestros hijos mejor aún de cómo lo encontramos.
Este calentamiento puede acercarnos, puede preparar el camino para un verdadero cambio de nuestro clima interior. Al final, solo cuando nos vemos en peligro, cuando estamos en un callejón sin salida, es cuando decidimos lanzarnos al agua y nadar a la búsqueda de nuevas soluciones.
Es probablemente un paso muy inseguro el que tenemos que dar y exige mucha confianza en que un mundo mejor es posible, pero no para algunos, sino para todos. ¡Nos parecen a veces tan sólidos los obstáculos, tan reales! Porcentajes de reducción de emisiones, grandes intereses, lobbies de poder, alianzas políticas; gigantes todos ellos, que parecen inamovibles para el pequeño pastor con su onda, pero también eso puede cambiar. Crisis económicas como la que vivimos, consternaciones mundiales como la provocada por el 11S, el tsunami, el terremoto reciente en Haiti, nos pueden estar indicando que no existe nada inamovible.
Estamos viendo, de forma más clara y colectiva que nunca, que todo nos afecta a todos, que estamos interconectados, que como nos dicen todas las tradiciones de pensamiento y espirituales del planeta, lo que hacemos a otro, nos lo hacemos a nosotros mismos, y en esto está incluida nuestra Madre Tierra.
Las culturas más cercanas a la Tierra, y también al Cielo, siempre han sabido esto, y lo han dicho de muchas formas, pero no queremos escuchar.
Ahora podemos sentir claramente, que lo que contamina un ciudadano indio o chino, nos afecta a nosotros; que la colonización cultural y económica, nos obliga a compartir también nuestro bienestar; que el empobrecimiento de muchos seres humanos los fuerza a salir de sus hogares y venir hacia nosotros, haciendo más patente aún, nuestro egoísmo; que un terremoto lejano puede abrir nuestros corazones y nos brindamos a dar… Son tantas las cosas que nos están diciendo que no hay fronteras, que tan solo las hemos imaginado…
He hablado de volver sobre nuestros pasos, de cambio del clima interior, de interconexión, de nuevas soluciones, pero ¿qué aventura es la que propongo? ¿Qué puede sacarnos de los callejones sin salida de siempre? ¿Qué puede disolver la dualidad -intereses económicos / problemas ambientales y de salud-?
Lo que propongo es otear el horizonte, vislumbrar una nueva perspectiva, creer en un futuro para el hombre, en una herencia de esperanza para los que vendrán, una herencia de la que podamos sentirnos orgullosos.
Propongo evitar el cálculo de las probabilidades que tenemos de que esto salga bien, ambientalmente hablando, porque todos sabemos el resultado, y dar un salto, un salto cuántico si queréis, un salto de conciencia, y ver las oportunidades que el presente nos está brindando. Podemos elegir, como en el experimento, que el gato, que no vemos aún, esté vivo o muerto dentro de la caja.
Este salto al que nos empuja la crisis actual, apunta hacia una conciencia global, hacia la certeza de la conexión íntima de todo lo que existe, en una misma realidad.
El cambio inicial necesario es el de nuestro clima interior. No es en las cumbres, como la de Copenhague, donde creo que pueden cambiarse las cosas, sino en la profundidad de nuestra conciencia, en la honestidad cotidiana de nuestros actos, en el descubrimiento interior de nuestra verdadera naturaleza, que no es otra que el Amor, en el que todo es posible, incluso un mundo como el que merecemos y soñamos, en armonía y en paz.
Más allá de Copenhague debemos mantener la esperanza, no debemos rendirnos ante los, aparentemente insalvables, obstáculos de nuestra vida actual. Somos una especie frágil y vulnerable, aunque no queramos verlo así, todas nuestras fortalezas científico-tecnológicas, no valen nada, si no están sostenidas en la intención de desear lo mejor para el otro, que no es otra cosa que yo mismo. Los Mayas expresaban el concepto de unidad en su saludo diario, “In Lak’ech”, que significa «Yo soy otro tú», al que contestaban “Hala Ken”, que significa, «Tú eres otro yo». Quizá solo esa conciencia sea capaz de protegernos como especie.
Alicia Martínez Martínez
Bióloga y técnico en salud ambiental
Sevilla, 10 de febrero de 2010